El 4 de julio recordemos dónde se encuentra nuestra verdadera libertad
Estados Unidos tiene una larga historia de lucha por la libertad. El vertido de té en el puerto de Boston en 1773 simbolizó la lucha estadounidense por esa libertad. Este acontecimiento encendió un espíritu revolucionario que culminó en la lucha por la independencia de la tiranía británica.
Es famoso que la Declaración de Independencia de 1776 estableciera que todas las personas tienen derechos inalienables a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad de su Creador. Esta creencia fundamental en la libertad dada por Dios ha dado forma a la identidad de la nación e inspirado innumerables movimientos por la justicia y la igualdad.
Sin embargo, si bien la Revolución Americana aseguró la libertad política, la comprensión cristiana de la verdadera libertad es más profunda y aborda la esclavitud espiritual que afecta a todo corazón humano. En un mundo que a menudo define la libertad como la capacidad de hacer lo que uno quiera, la comprensión cristiana de la verdadera libertad contrasta marcadamente.
Arraigada en las Escrituras, la teología de la libertad ofrece una perspectiva profunda y liberadora que va más allá del atractivo superficial y a menudo engañoso de la libertad mundana. Este artículo explora la esencia de la verdadera libertad en Cristo, basada en principios bíblicos, y sus implicaciones para nuestras vidas.
La ilusión de la libertad mundana
El individualismo y la autodeterminación influyen significativamente en las concepciones modernas de la libertad. La sociedad promueve la idea de que la libertad significa estar libre de limitaciones u obligaciones y perseguir los propios deseos y ambiciones sin obstáculos. Sin embargo, esta noción a menudo conduce a la esclavitud: esclavitud al pecado, al egoísmo y a la búsqueda interminable de la satisfacción personal.
La Biblia advierte contra la toma de libertad por parte del mundo. En Gálatas 5:13, Pablo escribe: “Porque a libertad fuisteis llamados, hermanos. Sólo que no uséis vuestra libertad como oportunidad para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros”.
Como podemos ver en la sociedad actual, la decisión de hacer mal uso de nuestra libertad para satisfacer deseos pecaminosos en última instancia nos esclavizará en lugar de liberarnos.
La verdadera libertad en Cristo
Según la Biblia, la verdadera libertad se encuentra sólo en Cristo. No se trata de la ausencia de limitaciones sino de la presencia de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14:17). Esta libertad es un regalo de Dios, hecho posible mediante la muerte sacrificial y la resurrección de Jesucristo.
Someter nuestras vidas a Cristo nos proporcionará cuatro libertades distintas.
Libertad del pecado
En primer lugar, la verdadera libertad en Cristo significa libertad del poder y la pena del pecado. Jesús declaró en Juan 8:34–36: “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que practica el pecado, esclavo es del pecado. El esclavo no permanece en la casa para siempre; el hijo permanece para siempre. Así que si el Hijo os libera, seréis verdaderamente libres”.
Cristo ha roto las cadenas del pecado que una vez nos ataron mediante Su obra expiatoria en la cruz, ofreciéndonos perdón y una vida nueva.
Romanos 6:22 explica con más detalle: “Pero ahora que habéis sido libertados del pecado y habéis llegado a ser esclavos de Dios, el fruto que obtenéis conduce a la santificación y a su fin, la vida eterna”. Este versículo subraya el poder transformador de la libertad de Cristo, que nos lleva a una vida de santidad y gozo eterno.
El escritor puritano Samuel Bolton expresó profundamente esta libertad cuando dijo: “La ley nos envía a Cristo para ser justificados, y Cristo nos envía a la ley para ser regulados”. Esto resalta cómo la verdadera libertad en Cristo no se encuentra en abandonar la ley de Dios sino en vivir de acuerdo con ella a través del poder del Espíritu Santo.
Libertad para servir
La libertad bíblica no es egocéntrica sino centrada en los demás. Gálatas 5:13 nos exhorta a usar nuestra libertad para servirnos unos a otros en amor, un alejamiento radical de la comprensión que el mundo tiene de la libertad. En Cristo, podemos dar nuestra vida por los demás, siguiendo Su ejemplo de amor y servicio desinteresados.
Filipenses 2:3–4 insta: “Nada hagáis por ambición o por vanidad, sino con humildad, estimad a los demás más importantes que vosotros mismos. Que cada uno de vosotros mire no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás”. La verdadera libertad nos permite priorizar el bienestar de los demás por encima del nuestro.
Libertad para obedecer
La verdadera libertad en Cristo también implica la libertad de obedecer a Dios. El salmista declara: “Andaré por lugar espacioso, porque he buscado tus preceptos” (Salmo 119:45).
La obediencia a la Palabra de Dios no es una carga sino una liberación. Nos lleva a una vida de propósito, realización y alineación con la perfecta voluntad de Dios.
Santiago 1:25 confirma esto: “Pero el que mira la ley perfecta, la ley de la libertad, y persevera, no siendo oidor que olvida, sino hacedor que actúa, será bienaventurado en lo que hace”. La obediencia a la ley de libertad de Dios resulta en bendiciones y verdadera libertad.
El teólogo puritano Thomas Watson articuló esto hermosamente: “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad (2 Cor. 3:17). El pueblo de Cristo es gente dispuesta; aunque no pueden servirle perfectamente, le sirven de buena gana. Consideran que es un placer estar a Su servicio”. Esto subraya el gozo y la disposición que conlleva la libertad de obedecer a Cristo.
Libertad del temor
En Cristo, también somos liberados de la esclavitud del temor. Romanos 8:15 nos asegura: “Porque no recibisteis el espíritu de esclavitud para volver a temer, sino que habéis recibido el espíritu de adopción como hijos, por quien clamamos: ¡Abba! ¡Padre!'"
Como hijos de Dios, podemos vivir con confianza y valentía, sabiendo que nuestro Padre Celestial está con nosotros y para nosotros.
2 Timoteo 1:7 refuerza esta verdad: “Porque Dios nos dio espíritu no de temor, sino de poder, de amor y de dominio propio”. Nuestra libertad en Cristo disipa el temor y nos fortalece con Su fuerza y amor.
El teólogo puritano John Owen captó bien este aspecto de la libertad: “La mayor crueldad que se le puede hacer al Espíritu de Dios es dudar de su amor o cuestionar su capacidad y voluntad de salvar”. Nuestra libertad en Cristo descansa en la seguridad de Su amor y el poder de Su salvación.
Comprender la verdadera libertad en Cristo tiene profundas implicaciones para nuestra vida diaria. Transforma nuestras relaciones, nuestras prioridades y nuestro propósito.
Cuando captamos la profundidad del amor de Cristo y la libertad que ofrece, nuestras relaciones se transforman. Tenemos el poder de perdonar, amar incondicionalmente y buscar la reconciliación. Esta libertad fomenta comunidades saludables y centradas en Cristo donde cada miembro es valorado y apreciado.
Efesios 4:32 nos anima: “Sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios os perdonó a vosotros en Cristo”. La libertad que recibimos de Cristo nos permite extender la gracia y el perdón a los demás.
La verdadera libertad reorienta nuestras prioridades. Ya no estamos esclavizados a la búsqueda de ganancias personales o éxito mundano, somos libres de buscar primero el Reino de Dios y Su justicia (Mateo 6:33). Nuestro tiempo, talentos y recursos están dirigidos a propósitos eternos, trayendo gloria a Dios.
Colosenses 3:1-2 nos recuerda: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned vuestra atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. Nuestra libertad en Cristo cambia nuestro enfoque hacia las búsquedas celestiales.
Finalmente, la verdadera libertad nos da un sentido de propósito. Ya no vagamos sin rumbo por la vida, sino que somos llamados a ser embajadores de Cristo, compartiendo el mensaje de libertad con un mundo que necesita desesperadamente escucharlo. Nuestras vidas se convierten en un testimonio del poder transformador del Evangelio.
2 Corintios 5:20 declara: “Por tanto, somos embajadores de Cristo, y Dios hace su llamamiento por medio de nosotros. Os imploramos en nombre de Cristo, reconciliaos con Dios”. Nuestra libertad en Cristo nos obliga a difundir el mensaje de reconciliación y esperanza.
Conclusión
La teología de la libertad en Cristo ofrece una comprensión rica y liberadora de lo que significa ser verdaderamente libre. Nos llama a salir de la esclavitud del pecado y del egocentrismo a una vida de rectitud, servicio, obediencia y valentía. Al abrazar esta verdadera libertad, experimentamos la plenitud de vida que Jesús prometió y nos convertimos en instrumentos de Su paz y amor en un mundo que anhela una liberación genuina. Por lo tanto, mantengámonos firmes en la libertad que Cristo ha ganado para nosotros y vivamos nuestro llamado con alegría y propósito.
Mientras celebramos el 4 de julio y la libertad política que disfrutamos en los Estados Unidos, es importante reconocer que esta libertad tuvo un gran precio. Hombres y mujeres valientes sacrificaron sus vidas para que pudiéramos vivir en una tierra de libertad.
En nuestro libro Just Thinking About the State, Darrell Harrison y yo enfatizamos la importancia de entender la libertad política dentro de un marco bíblico, escribiendo: “La verdadera libertad no es la libertad de hacer lo que queremos, sino la libertad de hacer lo que debemos, que es para glorificar a Dios y servir a los demás siguiendo Su voluntad”.
En otras palabras, la libertad política, si bien es valiosa, debe administrarse de manera que honre a Dios y promueva el bien común.
Sin embargo, el precio más alto jamás pagado fue la muerte sustitutiva de Cristo por nuestra libertad eterna. Como Darrell y yo explicamos con más detalle: “La máxima expresión de la libertad se encuentra en el Evangelio de Jesucristo, que nos libera de la esclavitud del pecado y nos concede la libertad de vivir con rectitud ante Dios”.
Gálatas 5:1 nos insta: “Para libertad Cristo nos hizo libres; Manteneos, pues, firmes y no os sometáis otra vez al yugo de esclavitud”.
Que vivamos en la libertad de Cristo, reflejando su amor y verdad en todo lo que hacemos. Esta libertad es un privilegio y una profunda responsabilidad de vivir como Su embajador, compartiendo el mensaje de verdadera libertad con un mundo que necesita desesperadamente esperanza y salvación.